martes, 17 de enero de 2012

a.m.d.g.

Quisiera, antes de nada, pedir perdón por tomar como título de este artículo el de la novela homónima de D. Ramón Pérez de Ayala. Nada tiene que ver con aquella, ni tan siquiera con la orden eclesial que la mantiene como divisa, la Compañía de Jesús, sino más bien con quienes parecen tener más interés en llevar el incensario delante de ellos que aplicarse en la, casi siempre dura, tarea de expandir la luz de la masonería. Vamos, el tan traído y llevado problema de "los metales" que algunos parecen circunscribirlo al ámbito socio-económico, aunque el peligro se encuentre en muchas ocasiones más próximo a nuestros gratuitos y genéticamente incorporados egos y tampoco sea despreciable el intento quienes tratan de usar nuestra augusta orden como medio para medrar socialmente.

Así,  podemos ver como proyectos que nacen con la ilusionante fuerza de la independencia de criterio acaban siendo fagocitados por intereses de camarilla cuando no estrictamente personales. Asistimos espantados al autobombo innecesario de quienes desarrollando una meritoria labor no son capaces de sustraerse a publicar, "urbi et orbe", los logros conseguidos cuantitativamente pero de los que desconocemos la calidad. Miramos con estupor a aquellos que, sin el menor pudor, atesoran collares antes despreciados y ahora venerados por la simple razón de que entienden que suponen un peldaño más en sus denonados intentos por ascender a las más altas cotas de la orden, de su orden, perdido ya hace mucho tiempo cualquier impronta iniciática en sus actos.

¿Son masones? Pues parece ser que sí por dos razones, están iniciados y "así les reconocen sus hermanos", algunos de ellos al menos. A mi más bien me parece que se trata de personas que están en masonería de la misma manera que podrían estar en un club, un partido político o una congregación religiosa. En todos los casos se comportarían de la misma manera y siempre con el mismo fin en mente, medrar, que no es lo mismo que crecer.

Entristece pensar que este tipo de personas no sean rara avis en esta augusta y anciana orden, tampoco es que abunden en demasía, pero es bien cierto que la presencia de sólo unos pocos es suficiente para tratar de buscar el medio de que el propio cuerpo social sea capaz de expulsar por si mismo a este tipo de indivíduos de su seno.

"Ad Maiorem Dei Gloriam" porque, ateos, agnósticos o creyentes, dios son ellos mismos, su vanidad, su ego, su inmenso ego .




2 comentarios:

hego dijo...

Cuanta sabiduría desperdiciada en levantar muros, en vez de construir templos, en fin, son las luces y las sombras del Arte Real.

Masonería Mixta dijo...

Felicidades Gottlieb, has escrito un texto que como espejo del primer día descubre los fantasmas internos de cada uno. Sirva este texto para que todo aquel que se sienta aludido reflexione sobre su sarpullido.