jueves, 21 de abril de 2011

Espiritualidad laica

Foto Robert y Shana Parke Harrison
 
Desde el comienzo de la historia, vemos que todas las comunidades humanas desarrollan un cierto grado de espiritualidad vinculado o no a las formas religiosas. Los cambios en esa espiritualidad e incluso en esas formas religiosas están relacionados con las diferentes formas de vida y de organizarse de los diferentes grupos humanos.

En un análisis detallado de los grandes momentos históricos vemos un paralelismo entre las estructuras laborales y sociales y las diferentes tradiciones espirituales o religiosas. Así nos encontramos con que los pueblos que vivían de una misma manera, tenían mundos míticos idénticos en su estructura profunda.

En muchas de las sociedades preindustriales, los símbolos, mitos y rituales no tenían una finalidad religiosa, sino programática.

Aceptando esta premisa, la aparición de las sociedades industriales supuso una transformación de los sistemas de programación colectiva, sustituyendo la anterior a través de narraciones sagradas, mitos y símbolos, por la ideológica y científica.

La aparición de las sociedades industriales y postindustriales tenía que suponer el inicio de la progresiva marginación de la religión, como forma de vivir las dimensiones más radicales humanas propias de sociedades ya extintas.

El desarrollo de las sociedades actuales, de innovación continua, de conocimiento e información globalizada, ha supuesto otra mutación importante en la estructura ideológica. La nueva programación colectiva debe motivar la creación y el cambio continuo, porque esa es la clave del éxito económico.

En las sociedades preindustriales, la espiritualidad y la religión venían mediatizadas por un programa colectivo, agrario, autoritario, patriarcal y estático, que excluía todo cambio, fundamentándose en la sumisión y la creencia.

En las nuevas sociedades, el camino espiritual, la vía interior, deberá poder expresarse a través de la creación continua, el cambio continuo, la igualdad y la libertad, excluyendo el patriarcalismo, y las creencias, porque éstas fijan exclusiones que no tienen cabida en una sociedad global.

Como consecuencia las nuevas sociedades se perfilan laicas y sin creencias, paralelamente a las transformaciones en la manera de sobrevivir de los grupos humanos.

En la nueva sociedad nos enfrentamos a un reto y a un riesgo, el de construir y gestar todos los aspectos de nuestra vida, que ya no vienen del pasado ni descienden de los cielos. De la calidad de nuestros proyectos dependerá el como utilicemos nuestra ciencia y nuestra tecnología, y el destino que demos a nuestra vida de personas sobre la tierra y el de la tierra misma.

En una sociedad laica y sin creencias, tiene cabida la riqueza de todas las tradiciones, y todas están al alcance del conjunto de la humanidad.

Este cambio de las nuevas sociedades ha llegado también a algunos sectores religiosos, que contemplan la posibilidad y la necesidad de una espiritualidad laica. Recuerdo aquí las palabras del Dalai Lama, que de visita en Argentina, afirmó que “no tiene sentido decir que una religión es mejor que otra” y que el mundo necesita una espiritualidad laica, no religiosa sino basada en valores como el amor y la compasión.

Habría que señalar además que las religiones son relativamente recientes, y que la humanidad ha vivido muchas decenas de miles de años más sin religiones que con ellas, pero siempre con un sentido espiritual.

Es por ello que deberíamos restablecer conceptualmente la distinción entre religión y espiritualidad. Esta última es mucho más amplia, y la religión no es más que una de las múltiples formas en que pude concretarse esa espiritualidad del ser humano.

La espiritualidad laica es una vuelta a las fuentes, la recolocación de la espiritualidad en su lugar natural: la profundidad existencial del ser humano.

No hace falta ser «religioso» para atender a la propia realización espiritual, ni hace falta pertenecer a una determinada religión. Basta ser un ser humano íntegro y reivindicar la plenitud de las propias posibilidades humanas. La espiritualidad es pues una cuestión netamente laica. Está tan identificada con el ser profundo, que viene a ser calidad humana.

En la actualidad la propia ciencia, especialmente la física cuántica, ha puesto en relieve el acercamiento al fenómeno espiritual desde la ciencia misma. La microbiología del cerebro ha hilado conceptos nuevos como la “inteligencia emocional” (Colleman) y la “inteligencia espiritual” (Danha Zohar). La espiritualidad ha dejado ya de ser un misterio “sobrenatural” para mostrarse como una capacidad concreta del ser humano que al ser llevada a la realización le convierte en un ser completo.

La espiritualidad laica se caracteriza por sus cualidades de modestia, sinceridad, tolerancia y respeto a los demás, cualidades que armonizan con los Principios del Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Esta espiritualidad, implica además autonomía de pensamiento, búsqueda de la verdad personal, la duda constructiva y la profundización en las verdades universales. No debemos olvidar que el término laico procede del griego y significa: “lo que pertenece al pueblo”, y su sinónimo latino es “universal”. Por tanto la espiritualidad laica es universal, opuesta al integrismo, al totalitarismo y al fundamentalismo

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