jueves, 9 de diciembre de 2010

La fusión de géneros

  
Conocí a un masón hace años, antes de mi entrada en Masonería, que, al comentarme sobre su Obediencia, me explicó que no admitían a mujeres. Me extrañó, y se lo dije. Pues él era un hombre que se identificaba con la izquierda y nunca hubiera sospechado que pudiese pertenecer a una organización que excluyese a la mujer. La explicación que me dio fue de esas que no llegas a creértelas del todo. Su “explicación” era que después de sus “reuniones” tenían una cena en la que se bebía bastante y se acababa muy tarde, y que en esas “circunstancias” no era correcto que hubiera mujeres. Como creí que me tomaba el pelo cambié de conversación.

Hace poco leí en un blog una discusión entre masones que defendían la no aceptación de la mujer en masonería por el peligro de “distracción” que tendrían los HH durante sus trabajos en el T.·. Ya se sabe que la mujer es causa de perdición para el hombre, que dirían los Padres de la Iglesia. Pero nada que no se arregle con una buena ducha fría.

Los dos ejemplos tienen mucho de chascarrillo y, planteados como crítica a esa parte de la M.·., que no acepta la iniciación de la mujer, parecen pueriles, inmerecedores de mayor consideración. Y tendrían razón, si no fuera porque son una muestra esperpéntica de un pensamiento tan retrógrado que asombra que pueda encontrarse en personas que dicen tener como objetivos su mejora personal y la de la Humanidad. Son anécdotas que muestran categorías intelectuales, y no de las más brillantes.

Ambas situaciones nos muestran cómo continua esa mentalidad que adjudica a la mujer, por un lado, la minoría de edad mental, y por otro, la lujuria incontinente; que unidas en la calenturienta mente de algunos les pone en la embarazosa situación del grupo de amigotes y de rijosos pillados in fraganti en “sus travesuras”.

Recientemente he vivido una de esas situaciones que causan vergüenza ajena: Un VM, de visita, acompañado de sus HHnos.·,  agradece a la L.·., que le ha acogido en sus trabajos la invitación  y expresa su deseo de ser pronto el anfitrión, cuando les devuelvan la visita, pero dejando claro que ellos son una Obediencia masculina y que no hace extensiva esa invitación a las HHnas.·.

No dudo de la inteligencia ni de la buena voluntad de los HHnos.·., que aún se empecinan en mantener una tradición tan desfasada como irracional: excluir a la mitad de la población del trabajo común. ¿Y si no es mala voluntad ni falta de inteligencia, qué puede ser? La respuesta sencilla sería achacárselo al machismo. Pero con esa respuesta no entenderíamos qué lleva a las Obediencias femeninas a hacer lo inverso. Que por razones de no mucha más entidad que la de las Obediencias “masculinas” rechazan la iniciación de hombres en sus talleres.

Desde que Concepción Arenal se disfrazaba de hombre para asistir a la universidad a la fecha, algunos no han progresado mucho en sus esquemas mentales. Y no es porque haya razones de peso -que se nos escapan a otros- para no hacerlo, sino porque los prejuicios actúan como eficaces barreras intelectuales anulando el juicio. Barreras que funcionan autónomamente, creando un mundo de valores incompatibles con los principios de Igualdad o Fraternidad que defendemos los masones. Prejuicios que, como dijo Einstein, son más difíciles de destruir que el átomo.

He dicho.
Ricardo.

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