Recogemos aquí un texto de Juan Avilés, escrito en El Cultural , como crítica al libro La invención de los derechos humanos de Lyhn Hunt, publicado en Tusquets.
"Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Estas famosas palabras que en 1776 Thomas Jefferson incluyó en la Declaración de Independencia de Estados Unidos manifiestan esa inspiración genial que rara vez se encuentra en los documentos políticos, pero plantean un problema de interpretación: ¿por qué son evidentes tales verdades? ésa es la cuestión con la que se abre
La invención de los derechos humanos, el breve e interesante libro en el que la historiadora estadounidense
Lynn Hunt (Panamá, 1942) aborda los orígenes de ese concepto, que se universalizaría con la Declaración de Naciones Unidas de 1948.
Su respuesta es que la evidencia no proviene tanto de un razonamiento como de un sentimiento y que, por tanto, los derechos humanos nacieron a partir de un cambio de sensibilidad que se produjo en Occidente en el siglo XVIII, que promovió la afirmación de la autonomía individual y de la empatía hacia los otros seres humanos, cualquiera que fuera su condición. El caso de la tortura proporciona un buen ejemplo. En aquellos años se acumularon muchos argumentos racionales contra la tortura judicial, sobre todo en un libro que el joven aristócrata italiano Cesare Beccaria publicó en 1764,
De los delitos y de las penas, que tuvo un enorme impacto internacional. Pero lo decisivo fue el cambio de actitudes que hizo que la tortura, utilizada habitualmente por la justicia europea durante siglos, resultara abominable.
Federico II de Prusia, buen amigo de Voltaire, fue el primer gobernante europeo que prohibió el uso de la tortura en sus dominios, en 1754, en un claro ejemplo de la influencia de las nuevas ideas y sentimientos en los propios monarcas absolutos. Fueron sin embargo las revoluciones de finales del siglo XVIII los que condujeran a las primeras declaraciones generales acerca de los derechos humanos, primero la americana de 1776 y luego la francesa de 1789, cuyo primer artículo proclama que “los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos”. Lynn Hunt destaca la importancia que tenían estas declaraciones abstractas, que proporcionaron el marco general en el que luego se debatieron muchos temas concretos. El caso francés es especialmente elocuente. ¿Si todos los hombres tienen los mismos derechos, no los deben tener también los protestantes, los judíos, los negros, incluso los esclavos? En pocos años todos esos grupos minoritarios obtuvieron en Francia la igualdad de derechos...